Cappuccino & Amour, la cafetería más famosa de la ciudad, por sus
postres, bebidas e historias. Mucha gente acude al lugar: unos solo por café y
dulces, otros para encontrarse con viejos amigos y pocos para pasar un tiempo a
solas en compañía de extraños.
Tal
es el caso de Mia, una joven de 16 años, que iba todos los días de lunes a
domingo a las 5:15 p.m. en punto, pedía un cappuccino y tres brownies recién
saliditos y se sentaba en una esquina iluminada por el sol del atardecer a leer
un libro de su extensa colección.
Fue
en una de esas tardes, a mitad del otoño, cuando Seth entró por primera vez a Cappuccino & Amour, pidió un latte y
se sentó un par de mesas frente a Mia. Seth era un joven de 19 años que, a
pesar de tenerlo todo: dinero, familia y salud, sentía que algo faltaba en su
vida. Esa era la razón de que se encontrara en la cafetería aquel día, había
ido allí a pensar. Pero no podía, su mente estaba en blanco. Comenzó a ver el
lugar y su mente empezó a flotar. Entonces, la vio a ella, sentada ahí, con dos
brownies y medio en su platito, un tercio de su cappuccino bebido y a la mitad
de la Utopía de Tomas Moro. Seth se intrigó tanto con la chica, que durante la
siguiente hora se dedicó a observarla, olvidándose de su propósito inicial.
Cuando la chica se fue, Seth decidió regresar al otro día a la misma hora, para
ver si se la volvía a encontrar.
La
tarde siguiente, Mia hizo su rito de todos los días y se sentó a leer, pero 15
minutos después de su llegada sintió que algo había cambiado. Alzó la vista y vio
cual era el problema: alguien la observaba. Un chico, con un chocolate caliente
y un muffin de banana frente a él la miraba con fijeza y un extraño brillo en
sus ojos. Mia le miró unos instantes, sonrojándose al instante. Después de lo
que le pareció una eternidad, el chico aparto la mirada, con una sonrisilla
rara en el rostro. Mia, contrariada, regreso a su lectura.
Al
otro día, Mia decidió retrasarse un poco. Tal vez el extraño aquel era fuente
de su imaginación, tal vez ella creía que la veía a ella pero en realidad veía
a alguna otra chica que pasaba por el ventanal que había tras ella. Lo que
fuese, al llegar a Cappuccino & Amour,
sintió un extraño alivio al ver que el chico estaba sentado justo donde el día
anterior. Mia pidió lo de costumbre y se dispuso a leer su libro nuevo. Y por
primera vez en su vida, no pudo concentrarse. Constantemente volteaba a ver al
chico, cuya mirada ardiente la confundía y halagaba, a la vez.
Al
tercer día, Mia definitivamente cerró su libro, lo puso en la mesa y lo miró
directamente a los ojos. Se miraron durante tanto tiempo ese día que casi se había
tatuado la imagen uno de otro bajo sus parpados.
Al
cuarto día las sonrisas, las miradas llenas de esperanza y los sonrojos se hicieron
presentes. El libro fue olvidado en el bolso y los problemas dejados en casa. Sólo
eran ellos dos; un par de extraños que se enamoraban a cada minuto con solo
mirarse a los ojos. Ninguno sabía lo que pasaba, pero no querían que parase.
Todo detalle les atraía: cada balance de los rojizos rizos de Mia hipnotizaban
a Seth, y cada destello de los blancos dientes de Seth hacia sonreír a Mia.
Así
pasaron los días, y ninguno dijo nada. Mas, unas semanas después, así, como si
se conocieran de años, Seth se sentó en la mesa iluminada por el sol del
atardecer, y, acariciando la mejilla de la chica, dijo, “Hola, Amelia”. Y ella
contestó, “Al fin llegaste, Seth”.
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